Las puertas del año se abren, / como las del lenguaje, / hacia lo desconocido. / Anoche me dijiste: mañana / habrá que trazar unos signos, / dibujar un paisaje, tejer una trama / sobre la doble página /
del papel y del día. / Mañana habrá que inventar, / de nuevo, / la realidad de este mundo.
Primero de enero. Octavio Paz
Se escribe e imagina sobre enero y las 365 incógnitas que seguirán luego, en las últimas horas del 536 del siglo XXI: ¡el maldito 2020!
Fue Julio César quién decidió que sería el 1º de enero el escogido para celebrar el Año Nuevo que entonces, el 47 a.c, lo era en marzo. En la antigua Roma, enero era el undécimo mes del año cuando los cónsules asumían el nuevo gobierno. Por esta razón enero era el mes dedicado a Dios Jano, el patriarca de las entradas y los nuevos comienzos.
Con 108 campanadas para impedir que los 108 pecados universales tiñan su desarrollo como lo establece la tradición japonesa es recibido el año nuevo con el alma purificada.
Sin embargo no lo será en Israel, ni en China, ni Sri Lanka ni la India.
En las efemérides, enero puede imaginarse como una rayuela que une, que enlaza el Año Nuevo, los Reyes Magos, el Día de los Beatles, el de Martin Luther King, el Día del Abrazo, el de la Educación, el de las Víctimas del Holocausto, el de la Paz y No Violencia, hilvanados por el hilo de los días que no tienen espacio en el colectivo, como el del cumpleaños de los nacidos en el mes o el que fuera el escogido para el matrimonio de quienes eligieran hacerlo en el de los Reyes Magos.
Rubén Darío no eligió nacer como Félix Rubén García Sarmiento, un 18 de enero para escribir que era preferible ser neurótico a imbécil o que «si pequeña es la patria, uno grande la sueña»
Tampoco lo hizo José Martí que nació un 28 y que nos dijera cultivo una rosa blanca en junio como enero, para el amigo sincero que me da su mano franca.
Es decir, para el poeta y patriota cubano, no era enero quién hiciera la distinción para augurar rosas blancas ya que estaba dispuesto también a cultivarlas en junio, sino que fuera franca la mano que definiera como amigo sincero al interlocutor que hubiera de recibirlas. Ni tampoco era magia emanada del calendario la que determinara soñar en grande la Patria como la capacidad de soñar del soñador.
Es decir, no hay magia alguna en el Año Nuevo como las ansias de los deseantes.
¿O acaso no se dijo “feliz año nuevo” hace 365 días cuando estaba por iniciarse el que fuera el odiado 2020?
Son las palabras de Octavio Paz, las del encabezado, que deben leerse (y pensarse) nuevamente.